Los judÃos pudieron contemplar milagros. Tu los verás también, y más grandes todavÃa, más fulgurantes que cuando los judÃos salieron de Egipto. No viste al Faraón ahogado con sus ejércitos, pero has visto al demonio sumergido con los suyos. Los judÃos traspasaron el mar, tú has traspasado la muerte. Ellos se liberaron de los egipcios, tú te has visto libre del maligno. Ellos abandonaron la esclavitud de un bárbaro, tú la del pecado, mucho más penosa todavÃa. ¿Quieres conocer de otra manera cómo has sido tú precisamente el honrado con mayores favores? Los judÃos no pudieron entonces mirar de frente el rostro glorificado de Moisés, siendo asà que no era más que un hombre al servicio del mismo Señor que ellos. Tú en cambio has visto el rostro de Cristo en su gloria. Y Pablo exclama: «Nosotros contemplamos a cara descubierta la gloria del Señor».
Ellos tenÃan entonces a Cristo que los seguÃa; con mucha más razón, nos sigue él ahora. Porque, entonces, el Señor les acompañaba en atención a Moisés; a nosotros, en cambio, no nos acompaña solamente en atención a Moisés, sino también por nuestra propia docilidad. Para los judÃos, después de Egipto, estaba el desierto; para ti, después del éxodo, está el cielo. Ellos tenÃan, en la persona de Moisés, un guÃa y un jefe excelente; nosotros tenemos otro Moisés, Dios mismo, que nos guÃa y nos gobierna.
¿Cuál era en efecto la caracterÃstica de Moisés? Moisés, dice la Escritura, era el hombre más sufrido del mundo. Pues bien, esta cualidad puede muy bien atribuÃrsele a nuestro Moisés, ya que se encuentra asistido por el dulcÃsimo EspÃritu que le es Ãntimamente consubstancial. Moisés levantó en aquel tiempo sus manos hacia el cielo e hizo descender el pan de los ángeles, el maná: nuestro Moisés levanta hacia el cielo las suyas y nos consigue un alimento eterno. Aquel golpeó la roca e hizo correr un manantial: éste toca la mesa, golpea la mesa espiritual y hace que broten las aguas del EspÃritu. Esta es la razón por la que, como una fuente, la mesa se halla situada en medio, con el fin de que los rebaños puedan desde cualquier parte afluir a la fuente y abrevarse con sus corrientes salvadoras.
Puesto que tenemos a nuestra disposición una fuente semejante, un manantial de vida como éste, y puesto que la mesa rebosa de bienes innumerables y nos inunda de espirituales favores, acerquémonos con un corazón sincero y una conciencia pura, a fin de recibir gracia y piedad que nos socorran en el momento oportuno. Por la gracia y la misericordia del Hijo único de Dios, nuestro Señor y Salvador Jesucristo, por quien sean dados al Padre, con el EspÃritu Santo, gloria, honor y poder, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.