La muerte es un acontecimiento que nos va a llegar en un momento u otro. A la vez es un hecho que humanamente nos supera y es el momento en el que las palabras son en muchos momentos poco consoladoras y lo que verdaderamente consuela es la respuesta de la fe.
Creemos en la vida eterna, en Jesucristo que ha venido "para que tengáis vida y vida en abundancia" (Juan 10,10).
Los primeros misioneros que evangelizaron América introdujeron la costumbre, que aún perdura en algunos lugares, de reunirse y hacer un velorio que se prolonga por una semana o nueve dÃas. Se reza aún una Novena en la que los familiares se congregan para acompañar a los deudos y ofrecen a Dios oraciones por el difunto. También la Iglesia, desde tiempo inmemorial, introdujo la costumbre de celebrar el dÃa 2 de Noviembre dedicado a los difuntos, dÃa en el que los católicos vamos a los cementerios y, junto con llevar flores, elevamos una oración por nuestros seres queridos.
Digamos, para terminar, que los católicos no sólo podemos orar por los difuntos, sino que éste es un deber cristiano que obliga, especialmente, a los familiares y a los amigos más cercanos.
Orar por los vivos y por los difuntos es una obra de misericordia. De la misma manera que ayudarÃamos en vida a sus cuerpos enfermos, asÃ, después de muertos, debemos apiadarnos de ellos rezando por el descanso eterno de sus almas.
Ente los católicos la tradición es orar por los difuntos y en lo posible celebrar la Santa Misa por su eterno descanso.
Dice la Liturgia: "dales, Señor, el descanso eterno y brille para ellos la luz eterna"
Y san AgustÃn dijo:"Una lágrima se evapora, una flor se marchita, sólo la oración llega al trono de Dios".
En las misas hay un momento de recordar a Dios Padre que tenga misericordia de los difuntos y que hayan alcanzado la luz y la paz. Se pueden ofrecer la EucaristÃa por ellos, para eso pÃdeselo al sacerdote unos dÃas antes o 30 minutos antes de la EucaristÃa.